El lecho sobre el que la vida descansa.
La muerte ha obsesionado al ser humano desde su primer
aliento consciente. Decir restos humanos en un yacimiento arqueológico es
prácticamente igual a decir ritual de enterramiento; decir muerte es decir
escalofrío, miedo, inseguridad; es buscar elementos conocidos que nos
transfieran calma. Con lo muertos se encuentran los objetos con los que los
vivos pretendían dar al muerto esa cotidianeidad imposible, con los muertos se
encuentra el deseo de permanencia en la vida, la imposible permanencia sobre la
que se edificaron religiones y culturas.
Al hombre le cuesta aceptar la necesidad de la muerte y le
cuesta aún más aceptar que la muerte,
además de necesaria, puede ser deseada como se desea la cama y el descanso. La muerte,
por segura, debería tener muchas connotaciones, pero nunca la del miedo. Pase
lo que pase, hagamos lo que hagamos y vivamos lo que vivamos, la muerte es el
resumen de todo y lo que devuelve nuestra materia a la materia de la que
nacerán muchas cosas.
El destino de la muerte es formar parte de la inmensa
eternidad cambiante del universo que habitamos, ser polvo de estrellas en
palabras de Carl Sagán y me parece que no hay mejor destino que ese. La muerte
es el final de la conciencia y la continuación de un ciclo casi eterno; la
muerte da paso a la nada de la que no se vuelve; la muerte nos libera de la
maldición de la vida, de esa vida que no es sino el resultado del capricho de
una molécula traviesa que quiso hacerse una foto de si misma para perdurar.
No, la muerte no debería asustarnos, pero ese gen que nos puso
en marcha era listo y nos implantó el miedo para que nadie pudiera escapar de
la condena de intentar reproducirlo. La muerte es el fracaso de ese
mandamiento, de manera que una vez muertos, el gen nos abandona como
envoltorios gastados pero el mal ya está hecho: obedientes, dejamos una nueva generación
con sus copias para perpetuar la maldición de la vida esclava del gen.
Todos seremos borrados del libro de Azrael, ese ángel de la
muerte que lleva cuenta de los vivos y que
nos ayuda en el camino, así que tranquilos que no, que la muerte no es el final; es el principio de
la renovada libertad, lo que pasa es que no lo sabemos; no es más que el lecho donde descansa la vida.
Disfrutar del descanso cuando toquen el último silencio, ese que no tiene diana.