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lunes, 15 de octubre de 2012

Prestige


Este es el rumbo que toma un problema cuando nadie sabe cómo resolverlo. Y seguimos igual.

Se van cumpliendo los aniversarios, pasan los años y llega la lenta justicia a determinar culpables del desastre, pero ese desastre permanece, eterno, en la amenaza que pasa frente a las costas cada día, sin faltar uno. El desastre del Prestige  no es sólo el daño en las costas, los fondos y los cuerpos de los afectados, no: el desastre del Prestige permanece agazapado en la cobardía y en la falta de previsión de los que toman las decisiones.
Nadie, de entre todos los responsables que intervinieron en aquella macabra danza de derrotas y rumbos absurdos, ha reconocido el error; nadie ha salido con un discurso creíble en el que, de forma inequívoca, se admita la pifia y lo que es peor: nadie ha tomado medidas para que nadie pueda volver a tomar medidas tan absurdas.
De la tragedia del Prestige debería haber nacido un protocolo de actuación en casos semejantes que evitara, nuevamente, un error por cobardía. Debería haber un documento de buenas prácticas que nadie pudiera eludir y en el que todos pudieran buscar refugio y amparo a su cobardía política.
Si el caso se repitiera, no me caba duda de que todos harían cosas semejantes antes de mandar el barco a anegar en mierda un trozo de costa lleno de votantes.
 ¿A que si?

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