Ovejas en los prados de Tielve
Tonín "el de los altos" había crecido saltando peñas y triscando montes tras cabras y ovejas que formaban un rebaño hosco y poco acostumbrado a la mano del hombre. Más cimarrones que mansos, los animales tiraban "pa rriba" con una pasión que no se encontraba en otros apriscos de la zona de Bulnes. Tonín "el de los altos" debía su nombre a la tradición de la familia, que asignaba función de forma alternativa pasando de padres a hijos: cuando los hijos podían hacer frente por sí solos a los rigores de los altos pastos de los Picos de Europa, los padres quedaban abajo y cambiaban de apodo, pasando a ser llamados Tonín "el de los bajos" o Tonín "el mayor" si se trataba del abuelo.
Entre altos y bajos, la familia de los Tonines llevaba ya tres siglos por la zona y en sus genes se encontraban las piedras y los riscos, las nieves y los vientos en la misma proporción que otras esencias vitales, dibujando unas piernas de hierro y una pulmonada a prueba de tabaco de picadura y Farias, capaz de tumbar a una mula en las duras ascensiones a las cuevas del "quesu". La familia de los Tonines jamás, desde que se tiene memoria, había descendido de la línea marcada por Tielve, pueblo al que ellos consideraban, al contrario que el resto de los mortales, "el llano". Ni siquiera para hacer la antigua mili, ni la guerra civil que asoló la tierra: nada de los afanes del mundo subía tan alto como para alcanzar el rastro de los Tonines. Cualquiera que conozca esos paisajes se puede hacer idea del hábitat en el que esa estirpe había configurado su idea del mundo, tan particular como para denominar "llano" a un nido de águilas como es ese risco con nombre de pueblo.
Tonín "el de los altos" no conocía más humanidad que la formada por algunos montañeros a los que saludaba con gruñidos y los pocos tratantes con los que coincidía cuando su padre, el "de los llanos", se hacía acompañar para vender los quesos que curaban en las tres cuevas naturales a las que sólo su familia tenía el valor y la constancia de subir.
Tonín "el de los altos" llenaba sus abultados músculos de ganas de hembras soñadas y nunca vistas ni conocidas. Las posibilidades de encontrar una pareja dispuesta a aceptar las incomodidades y los riesgos de una vida perra pegada a las peñas eran nulas y él sabía que, algún día, esas ansias de desbordarse a sí mismo tendrían que dar lugar a una explosión cuyas consecuencias ignoraba, pero que se hacían seguras en cualquiera de los futuros que imaginaba.
Tonin "el de los altos" medía sus tiempos por quesadas y por parideras de la primavera; por nieves, vientos, nieblas y soles según fuera el mes en el que sus ovejas y sus cabras subían o bajaban de los prados más altos con el sol a los prados más bajos con las frías nieblas del tiempo del hielo. Tonín "el de los altos" no sabía de muchas cosas fuera de sus sudores; de la atención al lejano lobo que, sin acabar de llegar, siempre estaba presente en el recuerdo de generaciones y en la memoria del eco de las peñas que tantas persecuciones vivieron y que tanta muerte alimentaron: desde sus cimas los lobos despeñaban a las presas desesperadas que antes de morir a dentelladas se arrojaban de los altos en un último gesto de libertad. Despanzurradas a los pies de esas cortadas, los lobos comieron tranquilos muchas ovejas de los rebaños de los Tonines de antaño. Quizá por eso los apriscos de los Tonines eran más salvajes, más ariscos y más libres que otros y quizás por eso, los quesos de los Tonines mantenían sus aromas de hierbas altas sin pisar; fragancias lejanas de pastos no vistos ajenos a la siega del tractor o a las labores del heno que bajaba a llenar las tenadas de más abajo. Los Tonines segaban en verano y guardaban los henos de altura en la misma altura, en balas que en invierno se amontonaban de nieve hasta la mitad y que las bestias buscaban cuando los hocicos no llegaban a separar las nieves para comer.
Del humo de las hogueras prendidas en los chozos hacía Tonin "el de los altos" figuras de sueños corpóreos con los que alimentaba sus fantasías en los oscuros días de nieve y ventisca, cuando los rebaños quedaban guarecidos en los refugios de piedra junto a los que se levantaba el escueto chozo con tejado de pizarra; y la ventisca daba para imaginar mucho, sentir poco y pensar en otros paisajes y en otras cuestas más amables y con más contento para las hembras que tanta añoranza alimentaban.
Y un verano de sol bravío Tonín "el de los altos" notó que los diques se rompían, que su animalidad estallaba y que ya nada podría contener las ansias de cambiar, de sentir en la piel el calor de un aliento nuevo en lugar del arañazo del hielo o el zurriago del sol en las alturas. Y Tonín "el de los altos" olvidó tradiciones y nombres y bajó con el regato más allá de Tielve y aún más allá de Bulnes y Cabrales y el regato se hizo Cares y el Cares bajaba y se calmaba en los valles lejanos, allí donde los montes en los que había pasado su vida sólo eran una línea azulada contra el cielo. Y Tonín "el de los altos" se entregó, manso, a la corriente del Deva y por fin llegó hasta la ría de Tina y allí, después de oírlo de lejos, vio el mar por primera vez en su vida y se le vació el pecho de aire y las piernas, que tantas peñas subieron sin desfallecer, se hicieron agua y no supo de su cuerpo ni de su vida enfrentado a aquella inmensa planicie que le hacía imaginar los henos de altura movidos al viento.
Y Tonín "el de los altos" supo que debía ser pastor en esas llanuras de hierbas azules y grises; que los vientos de esos bajos moverían espumas en lugar de las nieblas de sus peñas y siguió andando por el Deva hasta escurrirse entre las dos peñas de la ría y desaparecer buscando las cabras de los llanos de agua y las ovejas de los pastos de algas. Y Tonín "el de los altos" descubrió montañas nuevas en las que la niebla no enfriaba los huesos y el sol no azotaba las espaldas en verano y sus ojos se llenaron de agua para descubrir nuevos verdes en los valles profundos del Cantábrico. Y allí, dejándose llevar por las corrientes, vive Tonín "el de los altos" pastoreando bonitos y juntando bocartes para que los marineros del norte puedan llenar sus bodegas entre Asturias y Cantabria sin tener que remontarse hasta las mareas del Gran Sol.
Y Tonín "el de los altos" se fue haciendo más agua y menos hueso hasta abandonar todo recuerdo de su vida pasada y sus recuerdos de la otra vida se fueron perdiendo llevados por mareas nuevas hasta que sus dos zapatos, que tanto monte habían andado, fueron a dar, lejanos, solos y separados por la distancia de un paso imposible, en la playa de San Lorenzo; allí donde llamaron mi atención para que yo escuchara su relato y pudiera escribir la historia de Tonín "el de los altos" tal y como me fue contada pos sus dos zapatos viejos.
Los dos zapatos abandonados en la paya de San Lorenzo antes de contarme su historia
Se ve mi sombra haciendo la foto: sólo dos zapatos en medio de la inmensa arena desierta.