Afectados por el síndrome GP un lunes por la mañana tras la celebración de un Gran Premio.
Los sujetos no han sido vacunados.
En vista de los serio que está el patio, de la mala leche reinante en nuestro ambiente pre electoral, del mal gusto de los comentarios, columnas, artículos libelos y demás soportes escritos dedicados a terminar de colocar a Zapatero en los eternos infiernos de la añorada venganza, me voy a permitir salirme por la tangente y analizar un desapercibido síndrome patológico de sencilla observación.
Mañana lunes, si ponéis un poquito de atención, podréis comprobar como un elevado porcentaje de motociclistas patrios se muestran nerviosos, convulsos, dirigen sus vehículos hacia los límites de la física para rozar el desastre y el accidente. Salen despedidos en cuanto anticipan la luz verde del semáforo, desafían la impenetrabilidad de los cuerpos pasando entre los coches por espacios imposibles y corren; corren como verdaderos posesos persiguiendo ...la nada.
Son esos convencidos de que los Márquez, Terol, Bautista, Pedrosa y Lorenzo sólo son más conocidos por el público, pero que los reyes de la velocidad son ellos. Es un síndrome que se manifiesta con especial virulencia los lunes que siguen a la celebración de los grandes premios y cuya única vacuna, por desgracia, consiste en conseguir que estos idiotas se bajen en marcha de sus monturas. Una vez comprueban que el asfalto, cuando entra en contacto con un cuerpo humano que se desplaza a 160 kilómetros por hora, cambia su naturaleza para presentar una dureza y una capacidad de picar carne insospechada, los sujetos quedan más o menos vacunados y abandonan sus perniciosos hábitos. Eso si, muchas veces se han dejado algún miembro en el camino, aunque nunca el que menos útil les resulta y el que parecen no usar jamás: la cabeza.
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