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sábado, 23 de junio de 2012

El laberinto de la justicia

España navega su democracia arrastrando ciertas lacras que los marinos denominan anclas flotantes; rémoras que impiden al barco navegar con toda su capacidad. La principal de todas ellas, la que ahora nos hace ser conscientes de que nuestro sistema social tiene un déficit que hay que solucionar de forma inmediata, es la desastrosa situación del poder judicial.
De la cabeza a los pies, el cuerpo judicial español muestra su enfermedad como una lepra clamorosa que le hace ir perdiendo sustancia y credibilidad a cada hora que pasa. Sus cabezas piden respeto y acatamiento, pero los ciudadanos sabemos y percibimos el asqueroso tufo de su degeneración enfermiza.
No es piedad o solidaridad lo que despierta tan escandalosa enfermedad: es desprecio y rechazo, pues todos sabemos que toda su jerarquía  ha favorecido el proceso y ahora deben afrontar sus consecuencias. Se quieren independientes mientras buscan el favor de los políticos para subir en el escalafón muy por encima de sus méritos, aceptan nombramientos y consignas en todos los órganos de gobierno; desde el Constitucional hasta el último puesto en cualquier órgano que tal permita.
Necesitamos confiar en una justicia que hoy sabemos trufada de afecciones políticas, religiosas y personalistas cuyas consecuencias se dejan ver en sentencias que nadie entiende y cuya base jurídica sólo se valida en función de la afinidad de los componentes de la sala competente para determinarla. Nos hallamos indefensos ante tal desastre y eso es grave, mucho más grave de lo que nos dejan ver.
Esperanza Aguirre quiere destruir un Tribunal al que hasta ahora nadie había tenido la osadía de atacar tan ferozmente: sus propios perros parecieron traicionar la confianza depositada para vigilar a los otros perros. Sus jueces no se han ganado el puesto y ella quiere que el tribunal entero desaparezca para enviar los casos a un tribunal “amigo”.
Nuestros jueces se han ganado a pulso el desprecio de la sociedad y es trabajo suyo y de nadie más recuperar el paso y ganarse nuestra confianza. Es sencillo y no depende de nadie más: el Poder Judicial debe respetarse a si mismo antes de buscar en los demás un respeto que no se merecen.

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