Esta y otras delicias entran en la nómina de Felipe.
Para continuar con la racha “horríbilis” del señorito Felipe de Borbón, en unos días le espera un amargo trago que tendrá que pasar en público: La final de la copa del Rey de fútbol, nada del otro jueves si no fuera porque las hinchadas de los dos equipos se van a poner de pitarle hasta las cachas.
Felipe es una incógnita que nos puede salir por cualquier lado. Debe estar preparado –su pasta nos ha costado, no te creas –pero vive entre algodones, cuidado, mimado, sin que le de el sol en este desierto de crisis y desastres. Es militar, pero que se sepa no ha puesto sus pies en las bases del Líbano, Afganistán o en las fragatas que patrullan en el Índico. Si se ha dado un oreo por El Hierro, pero tampoco es que eso merezca la medalla al valor.
Felipe las va a pasar un pelo canutas, pero tampoco es para que a nadie le de pena: el señor vive como dios, de manera que si el peso de la púrpura se reduce a una buena pitada y a un par de trimestres chungos, puedo asegurar que la casi totalidad de la población española soportaría esa pitada con una sonrisa en los labios y el corazón tranquilo. ¿A que si?
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