Como todos los veranos, las estrellas nos recuerdan nuestras raíces.
Ha llegado el buen tiempo y la noche se ofrece maternal para compartir comida y charla como el hombre ha hecho desde sus más remotos orígenes. Fuimos los animales que miraron las estrellas y sintieron la necesidad de conocer; creamos dioses y misterios en torno a los fuegos que nos dieron protección, pero sobre todo, hablamos mientras el fuego transformaba la simple comida en un elemento de conexión cultural imprescindible.
Cocinar hizo al hombre, pero la noche nos hizo sabios, inquietos y un poco más sabios cada noche transcurrida contemplando la danza de las luces. En ese baile supimos encontrar la explicación del tiempo y pudimos predecir la llegada de las estaciones y lo que ellas nos ofrecían: cosechas, fríos o calores, animales y lluvias llegaban anunciadas por la posición de los astros en el cielo.
Ayer nos entregamos al fuego y las estrellas y la conversación nos llevó allí donde las ideas quisieron llevarnos. Ha llegado el verano y el cuerpo se entrega a las estrellas sabiendo que nuestro destino es ese, habitar nuevas estrellas como polvo renovado y dejar que los hombres sigan soñando y aprendiendo con dioses, mitos y plácidas noches llenas de amigos hablando tranquilos mientras las estrellas giran sobre sus cabezas.
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