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domingo, 7 de marzo de 2010

Agradeciendo la discrepancia

Un amigo me manda este comentario a la entrada sobre los perros y la caza que agradezco y valoro porque explica, de una forma perfecta y llena del mejor sentimiento, lo que yo siempre he esperado encontrar en la relación entre el cazador y su perro y que, lamentablemente para mi, nunca he encontrado.
Es más, debo decir ( y digo) que la única razón que me impulsaría a cazar sería la de ver a un buen perro de caza ejecutar su trabajo, espectáculo al que he asistido un par de veces y me parece realmente soberbio.
Gracias JM por tu aporación y por dejarnos ver el cariño, la amistad y la admiración hacia ese amigo que tan buenos ratos te ha hecho pasar.
Sólo dos puntualizaciones:
a.- El chiquitín es chiquitina
b.- No entiendo que todo el que va por el campo con una escopeta sea  XXXX, pero que lo que me encuentro habitualmente está dentro de esa lamentable clase, no te quepa duda. Deberías ser los que amais la caza los que os librarais de esos perniciosos elementos.  Sería estupendo, de verdad.

Cito textual con permiso expreso del autor:

"Siento decirte, pequeño saltamontes, que creo que estás bastante equivocado en tu apreciación sobre el trato del cazador a su perro. Desaprensivos que tratan mal a los animales, y al perro en particular, los hay y muchos. Y entre los cazadores también. Por desgracia el maltrato al perro está a la orden del día en muchos ámbitos que supongo tú conoces igual que yo: en el medio rural, en las casas de ciudad, en los chalets de lujo… El abandono de fieles canes en cunetas, gasolineras o en pleno campo, ha estado siempre a la orden del día al inicio de cada verano, cuando el perro deja de ser el juguete del niño, por ejemplo, y se convierte en un estorbo para las vacaciones. Un cazador (ojo, un cazador, no un hijo de la gran puta) nunca haría eso con su perro por inútil que le resultara incluso para cazar. Un hijo de puta, por el contrario, hace esto incluso con su madre, y la suelta en un hospital camino de Alicante.

Me parece que el no compartir el espíritu del cazador de escopeta, o quizá del cazador en general, cosa que entiendo perfectamente y me parece de lo más respetable, te lleva a verle como una especie de salvaje sin ningún tipo de buen sentimiento hacia su fiel amigo. Desde mi experiencia, esa es la excepción, no la norma. Tu ejemplo de la llave inglesa me parece válido para esas excepciones, en ningún caso para la generalidad que yo he conocido. Tu visión está verdaderamente alejada de la realidad que yo he vivido, empezando por mi propia casa, a la de mis padres me refiero, y la de muchos parientes y amigos. Siempre hubo un perro de caza en mi casa, desde antes de que yo naciera, durante toda mi infancia y adolescencia y hasta ya bien mayores mis padres. El último, un pachón navarro entrañable, loco y simpático como él solo, e inútil total para la caza, pues se excitaba y disfrutaba tanto cuando venía de cacería que era absolutamente imposible sacarle de su “colocón” particular que pillaba ya el miércoles o el jueves, cuando se limpiaban las escopetas y empezaba a ver cierto trasiego típico de que el fin de semana iría de fiesta, y que soltaba en el coche de vuelta a casa, para pegarse dos días tumbado junto al radiador, con sus patas “aspeadas”, que tratábamos de curarle paciente y cariñosamente todos en mi casa .
Sin ser un apasionado de la caza menor, sea en ojeo o en mano, y no gustándome nada la caza mayor, reconociendo además que respecto a ellas vivo una más de mis contradicciones de cosas que me gustan pero que muy posiblemente deberían estar prohibidas, y seguramente estaría de acuerdo, como los toros o el boxeo, tengo que reconocer que el tener un padre cazador (y te prometo que si algo bueno tuvo mi padre fue el ser una bellísima persona) nos hizo disfrutar a mí y a mis hermanos de maravillosos momentos de campo, de amistad, de fantástico ocio, en compañía de hermanos y primos de mi padre, o sea tíos, amigos, sus hijos, etc., muchos de los cuáles no tenían perro, pero muchos otros sí. Y te aseguro que, salvo escasas excepciones, los que sí lo tenían, o teníamos, mejor dicho, disfrutábamos enormemente de ellos y ellos de nosotros. He vivido situaciones en que todo un grupo de cazadores censuraba y afeaba el mal trato que ocasionalmente alguno del grupo le daba a su perro. He visto, y en mi casa tuvimos uno por cierto, perros que eran verdaderos monstruos del instinto y de la inteligencia. Pero también he conocido, y sufrido, auténticos “zotes” para la caza, como nuestro pachón “Cus” por ejemplo, gamberros y alborotadores maravillosos, incapaces de contener su alegría y excitación a los que “o dejabas o matabas”; y por supuesto, no sólo no los matabas, sino que los querías igual o más, y desde luego, los disfrutabas de igual modo.
Lo que yo viví durante al menos 15 años de ir con cierta asiduidad a cacerías, de perdiz principalmente, no tenía nada que ver con escenas de perros apaleados, maltratados, asustados, etc. En muchas casas de cazadores amigos o parientes, siempre hubo perro, que por decirlo de alguna forma “era uno más” o a veces incluso era “el niño de la casa”, mimado hasta la nausea. Y curiosamente, a medida que esta gente iba dejando de ir a cacerías por unos u otros motivos, en la mayoría de los casos que conozco no sólo no se prescindía del perro, sino que si moría, había que hacerse rápidamente con otro.
En fin J, que como dijo Antonio Vega en una maravillosa canción, “cada uno su razón”. Y una cosa es que te den por riau los cazadores y sus tiros, que tus perros y tú vayáis mucho más felices por el campo durante la veda, y otra que todo el que le dispara a una perdiz sea un cabrón con pintas. Bueno, igual para ti sí, pero no tengo la sensación de que yo te lo parezca.
Abrazos grandes.
J.
Ah, y por supuesto puedes colgar esto en tu blog o hacer con ello lo que consideres oportuno.
Por cierto, que en la foto estáis muy guapos los tres, aunque el chiquitín ya no lo sea y tú ya no fumes, que uno se fija en todo.

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