Hay comidas que dan para largo y el otro día tuve la suerte de asistir a una que dio mucho juego. En ocasiones así se pone de manifiesto la necesidad de contar con comensales de nivel; de esos que da gusto oír mientras se permanece calladito y siguiendo el hilo de los pensamientos sugeridos. Bueno, pues hace poco menos de una semana tuve la suerte de escuchar atentamente una muy interesante conversación cuya idea básica me pareció muy valiosa.
Mi amigo comentaba, muy tranquilo y sin alharacas, que la corrupción política, institucional, personal y social era consecuencia del abandono de una moral pública católica que había sido impuesta de manera forzada, sin que una moral civil, asumida y participada por todos, hubiera tomado el relevo.
La derivación directa es que el ciudadano medio se ha encontrado cazando en un coto de abundancia sin limitación alguna de la pertinente ley de caza. No hemos generado una moral colectiva; una norma común que haga que se interioricen los valores de forma tranquila y fiable.
Si a eso añadimos que el español, todos los españoles, hemos vivido siglos enfrentados al concepto de estado; que siempre hemos desconfiado de la autoridad, de cualquier autoridad, dando por hecho que aquellos que detentaban el poder nos perjudicaban de forma sistemática, el desastre está servido.
Somos reacios a lo colectivo; somos individualistas como los cazadores oportunistas. La delincuencia, dirigida contra el poderoso, se ha visto con comprensión cuando no con envidia. Los Dionis, los bandidos generosos, el que mete la mano en la caja no es un inmoral, es uno que ha aprovechado la oportunidad, “como haríamos todos”. El dinero del estado no es dinero de todos, es un dinero etéreo, sin dueño y en consecuencia, el corrupto no es castigado con la deshonra pública. En el fondo, el corrupto, el Julián Muñoz de turno, es más admirado por el pueblo que exhibido como un monstruo de codicia e inmoralidad. Algunos luchamos y decimos que no; que el individuo es la fuerza; que una sociedad de hombres íntegros es una sociedad indestructible, pero a medida que bajamos la escala social la corriente dominante es contraria y la reacción habitual es de apoyo al delincuente. Es lamentable, pero es la única explicación posible a la reelección de cargos notoriamente corruptos. Jesús Gil, Fabra, Camps… ¿Hay que seguir?
La sociedad necesita un cuerpo ético común, una ética civil que mande al chorizo exactamente donde debe estar: en la cárcel.
Idus de marzo del 44 A.C. La mediocridad asesina a aquel que quiso hacer grandes los sueños de los que luchaban por conseguirlos.
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