13 de Diciembre
Hay frases que se convierten en auténticas tumbas para la evolución de la humanidad. Una de ellas es la que afirma, como si fuera un axioma inmutable y permanente, que la prostitución es la profesión más antigua del mundo. La prostitución no es una profesión, la prostitución es una maldición, una lacra que maldice a la mujer en la misma medida que condena al hombre al ejercicio de un papel miserable y odioso.
Tras la defensa sanitaria de mis gónadas, vino el convencimiento de que pagar por el sexo es cambiar la dominación física de una violación común y corriente por la dominación que permite el tener dinero. Se argumentará que hay una opción puramente libre y personal que debe asegurar el libérrimo derecho a ejercer la prostitución y no lo niego, pero con demasiados matices como para hacerlo viable.
En primer lugar, el porcentaje de putas libres es tan pequeño que casi desaparece de las estadísticas dominadas por el horror: la trata de blancas, las mafias de pasaportes robados, las redes internacionales, la compraventa de niñas y niños condenados a una vida miserable y oscura y…son tantos los ejemplos de esclavitud, violencia y daño que la relación sería inacabable. Frente a estos millones de vidas perdidas y robadas, algunas putas de lujo levantan la bandera de su libertad mientras las sociedades, de forma casi unánime, miran hacia otro lado.
Debe acabar. Debemos terminar con esta moderna esclavitud que persiste porque los gobiernos y los cuerpos de seguridad callan, participan del negocio o miran hacia otro lado. Hay que machacar el mensaje de que la esclavitud sexual se mantiene gracias a que hay guarros que pagan para acostarse con menores, con negritas con buenos culos o con lo que sea.
Hay que ir a las cabezas y cortarlas. Hay que buscar el dinero y agotarlo. Hay que echarlos del mundo. Hay que decirles a los que cuentan sus aventuras con las putas que son unos miserables y que las bromas con ese tema no hacen gracia, que dan asco y que los colocan, para nosotros, en el mismo nivel que ocupa lo peor de nuestra sociedad, que son basura y que su dinero mantiene la estructura del horror.
Emma Thompson ha encabezado la presentación de una exposición que nos enseña el espanto en el que una pobre chica tuvo que vivir años enteros. Su vida transcurrió en un constante infierno cuyas llamas aviaron, polvo a polvo, todos aquellos que pagaron por su cuerpo mientras su alma lloraba, en silencio, por la libertad perdida.
Hay manchas de sangre que no desaparecen jamás aunque se empleen todos los métodos habidos y por haber para eliminarlas.
ResponderEliminarNingún castigo me parece suficiente para un violador y ninguna compensación basta para que, quien ha sufrido este daño, pueda olvidarlo.
6-03-2010 a.m.