España tiene ya unos atascos que colapsan su circulación y que amenazan con dejar su corazón con una gráfica plana. El tercer poder, el judicial no ha entrado en la modernidad y el Consejo General del Poder Judicial se ha enquistado en si mismo sin actuar con al fuerza de gestión que han ejercido los otros dos; el ejecutivo y el legislativo.
La justicia no ha asumido su función y se ha sumido en un juego pobre de contrapoder; un papel secundario frente al ejecutivo que sólo ha servido par echarle la culpa a algo o alguien ajeno al colectivo judicial. Durante años ha dejado que los juzgados se conviertan en almacenes de papel y de errores; sus procedimientos son, más que arcaicos, inviables, propios de las cortes y virreinatos del siglo XVI. En plena era de la informática y las TIC, los juzgados siguen sin ser capaces de saber si la persona que tienen delante tiene pendientes ocho u ochenta sentencias; si está buscado por otro juzgado o si es la primera vez que acude ante un juez. Cambiar estos procesos, preocuparse de proponer los cambios en la legislación necesarios para que la implantación de las TIC no sean fuente de recursos y retrasos procesales. Está todo por hacer y no se ha hecho nada fuera de lo que el ministro de justicia del momento hiciera en su mandato.
Los jueces se han instalado en interminables guerras internas entre asociaciones profesionales progresistas o conservadoras que actúan como correas de transmisión de los partidos insertos en la teórica independencia del tercer poder. El ejemplo más trágico de este papel supeditado de los jueces frente a los partidos, lo tenemos en el Tribunal Constitucional, cuyo prestigio no hace falta atacar puesto que se desprestigia solo. Llevan cuatro años discutiendo el estatuto de Cataluña y en cuatro años no han sido capaces de dictar una sentencia, situación que demuestra su lejanía de la judicatura y su dependencia de aquellos que los pusieron allí para argumentar, en formato de sentencia, lo que el partido que allí les puso declama como soflama política. No es posible que, desde el punto de vista puramente técnico - recordemos que la justicia en España dicta sentencias en función de códigos escritos, sin la libertad de la que gozan los anglosajones – puedan pasar cuatro años sin que se pueda hacer el trabajo para el que les pagamos.
Otro día hablaremos del atasco administrativo; verdadera coña marinera que hace multiplicar los organismos administrativos mientras la Unión Europea, el verdadero proyecto que nos haría fuertes frente a las grandes potencias del mundo, languidece por la pequeñez de las miras de aquellos que prefieren ser cabeza de ratón en lugar de formar parte de un León que puede ser enorme.
Veo que ya has podido con el virus, o al menos lo tienes domesticado en parte. Completamente de acuerdo con tu post. El poder judicial está pidiendo a gritos, y vamos con retraso, una gran reforma. No sólo por los atascos y colapsos que produce, es una estructura arcaica y caduca en todos y cada uno de sus funcionamientos.
ResponderEliminarUn abrazo y si todavía sigues en la pelea con el virus, duro con él !!!