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sábado, 17 de abril de 2010

Virus


Tirado en la cama, con todas las articulaciones dolorosas y oxidadas, mi cuerpo ha sucumbido a la llegada de un virus cabrito, de esos que se conforman con el genérico médico de “has pillado un virus”; sin nombre, sin rancio abolengo, sin vacuna, conformado sólo con seguir causando sus dañinos efectos desde el anonimato del cobarde y taimado delincuente.
Ayer hablaba de la vulnerabilidad tecnológica y la suerte se venga de mí para que tenga que hablar de la vulnerabilidad biológica y de nuestra debilidad frente a este tipo de infecciones. Richard Dawkins desarrolla la teoría del gen egoísta, esa minúscula porción de ADN que descubrió varios misterios:
El primero, la reproducción.
El segundo, la reproducción a cargo de otros microorganismos que le aportaron nutrientes, protección y duplicación descontrolada hasta la muerte del organismo infectado
El tercero, la teoría completa, la sorprendente forma de mirar los organismos más complejos y evolucionados como simples máquinas al servicio de las egoístas necesidades del gen; máquinas que, gracias a su perfección, le aportan al gen millones de células que se pondrán a fabricar réplicas del invasor sin medida, tasa o problemas de materias primas.
El ser humano se ha equivocado al evaluar su poder frente a la naturaleza de la tierra, pero es que también se equivoca pensando que los avances médicos han vencido a las enfermedades víricas o infecciosas a cargo de cualquier agente patógeno. La evolución funciona y funciona bien; especialmente ante situaciones exigentes. El ser humano está sometiendo a virus y bacterias a una presión evolutiva acelerada y especialmente exigente que tendrá consecuencias, y consecuencias grandes. Estos microorganismos son capaces de mutar con una frecuencia y un acierto realmente asombrosos. Ya hay bacilos que resisten las medicaciones y la tuberculosis retorna añorando los días de su mortal generalato; los días del siglo XIX en los que una tos era pasaporte para el más allá. Vuelven enfermedades de transmisión sexual que creíamos vencidas y los virus aguardan su momento.
La gripe de 1919 mató millones de personas y era una simple y no muy compleja mutación de un virus conocido. Tenemos, desconocidos y cercanos, un montón de virus con un potencial destructivo enorme e intacto. Como el ébola se ponga las pilas, la población mundial, hiper-conectada a través de aviones, barcos y trenes, sufrirá millones de bajas, pero lo curioso es que, en términos de especie, no pasará nada; absolutamente nada. Morirá ¿Cuánto? ¿El 30% de la población mundial?¿El 50%? Seguirá sin pasarle nada a la especie: se reproducirán aquellos individuos que, por casualidad, cuenten con un gen o con una mutación silente que les convierta en resistentes o inmunes y los niveles de la población volverán a recuperarse con, quizás, algunas variaciones tipológicas más cercanas a tal o cual sub-tipo (para los racistas, razas) y aquí paz y después gloria.
Mientras tanto, mi virus se contenta con hacerme escribir estas letras en la cama; dejarme baldado y con ganas de que salga el sol y me reconforte esta huesa reblandecida, húmeda y dolorida.
Suerte y que no os pille el virus, que es un cabrón.

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