El Shisha Pangma
Edurne Pasabán y una coreana han emprendido una carrera que sólo tiene un premio, un primero, un honor: ser la primera mujer en coronar las catorce cimas que, en todo el mundo, se elevan por encima de los 8.000 metros. Desconozco la razón de la carrera, el dinero que hay por medio, pero si estoy seguro de una cosa: la montaña; la altísima montaña, es ajena a estos pobres intereses.
De vez en cuando leo los titulares de las cosas que pasan en las masificadas laderas por las que transitan estos alpinistas que, además de buscar cimas y gloria y superaciones personales, han conseguido dejar los accesos y los terrenos en los que asientan sus campamentos bases llenos de mierda hasta los topes. Leo de cordadas enteras que, sin estar en situaciones extremas, pasan junto al caído sin mirar siquiera si pueden ayudar. Edurne ya ha cuestionado una de las cumbres por medio del testimonio de un sherpa que acompañó a su rival en una ascensión y esa manifestación sólo contesta a otras de la televisión coreana que también dudaban de una de las cumbres de la española.
Me enseñaron a amar y a respetar otra montaña, otra naturaleza y otra camaradería. Me enseñaron que en la montaña hay que saber parar y siempre respetar el entorno, ayudar al compañero, no dejar huellas ni basuras, no llevar nuestras miserias a las cumbres y mirar hacia el valle sabiendo que el valor de tu esfuerzo se nivela por la belleza de lo que te has ganado contemplar. No me enseñaron a correr como un ejecutivo estresado de cima en cima; de equipo en equipo y de miedo en miedo impulsado por el ansia de llegar, pero no de contemplar y de recrearse en la belleza.
Me dan lástima las dos alpinistas empujadas a esa carera que contradice la esencia de la montaña, de la búsqueda interior a cambio de la repercusión exterior. En definitiva, ha caído un bastión más, se ha colonizado otra playa y el dinero, el interés y los medios de comunicación han conseguido desnaturalizar a la propia naturaleza. La lucha interior y la superación individual rinden culto al capital. ¿Qué nos queda?