El impresentable Rouco se permite, en su último desvarío, despreciar a todos aquellos que, con su solo esfuerzo, han sacado adelante a sus hijos.
Nada de viudos, viudas, madres solteras o separados:
sólo los hijos de un matrimonio cristiano sirven para algo. La leche.
Vivimos un época de cambios enormes que obligan a pensar en el hombre de una forma nueva; a imaginar una sociedad que se encamina a la convivencia con las mayores desigualdades de la historia; nos obliga a pensar en la realidad de un planeta sobre-presionado por la población y por los desperdicios humanos; debemos pensar en muchas cosas, pero hay algo de lo que, casi, podemos estar seguros: de que el futuro se parecerá poco al pasado.
Nos relacionamos –y me niego a dejar a los jóvenes la exclusividad del modelo – de maneras distintas, seamos mayores o no; nuestros trabajos fluyen con un ritmo distinto y el tiempo es otro, así que pretender agarrase al clavo de la inmutabilidad es, además de absurdo, un error que roza la cobardía.
Hoy en día hay que, primero, conocer las diferentes realidades y alternativas, pensarlas desde puntos de vista y desde perspectivas adecuadas para, luego y con mucho cuidado, emitir una respetuosa opinión sobre lo que cada uno ve que está pasando. No me gustan demasiado las redes sociales, pero como todas las cosas, no son, per se y de manea intrínseca, ni especialmente buenas ni especialmente malas. Los usos que de ellas se hagan serán más o menos adecuados, convenientes e incluso legales o no, pero nuestro inefable presidente de la cosa de los obispos, ya se ha pronunciado y lo que le pide el cuerpo es prohibirlas. No lo dice, pero se le nota. No habla de que hay que enseñar su uso adecuado y considerar lo que tienen de positivo; lo que han propiciado en el norte de áfrica; lo que de acercamiento y comunicación entre personas suponen, no: sólo ve los aspectos negativos de una relación no presencial. De las cartas de los corintios no dice nada, que era lo que Pablo el burócrata usaba para colocar a las ovejas en fila india, pero las redes sociales están condenadas, “nefas esse”. Si es que lo que le gusta, en el fondo inconfesable de su tradición eclesiástica, es que la gente no sepa ni leer ni escribir y poder dictar doctrina desde el púlpito: eso si que molaba y eran tiempos como dios manda
No acaba nuestro buen obispo con eso, no: se permite el lujo de insultar – y mido bien el verbo – a todas esas personas que, en la soledad de su esfuerzo, de su amor, entrega, generosidad y cariño, sacan adelante a sus hijos sin otra ayuda que ellos mismos. Según Rouco, su esfuerzo es inútil y deben asumir que (sic) “Ningún hombre ni ninguna mujer, por sí solos y únicamente con sus fuerzas, pueden dar a sus hijos de manera adecuada el amor y el sentido de la vida”.
Sr Rouco: es Vd. un mal bicho soberbio, despreciativo y mal intencionado. El mundo está lleno de ejemplos que tirarle a la cara y debería hacer penitencia por lo que de insulto tienen sus palabras para todos aquellos que, de forma ejemplar, han llenado de dedicación, amor, eficacia y modelos personales, la vida de muchos hijos criados por madres y padres que se han multiplicado para lograrlo. Su puesto y su papel en la sociedad deberían hacerle pensar en la absoluta injusticia que ha cometido al intentar reivindicar, imagino, otra cosa muy distinta a la que le ha salido. Sr Rouco, se merece Vd. que cada vez que sus pasos se crucen con un viudo o una viuda, con una persona separada que saca adelante a sus hijos con dignidad y esfuerzo, se le escupa a la cara con todo el asco que sus palabras causan.
Sr Rouco, las redes sociales y los blogs, y los chats, y todos los soportes digitales que la tecnología ha puesto a nuestro alcance, deberían llenarse de mensajes de desprecio y repulsa por el insulto lanzado contra aquellos que deberían contar, más que con su rechazo, con su apoyo, admiración y ayuda. Desde aquí mi apoyo y admiración para mis amigas luchadoras en solitario contra todos y contra todo; a mis amigos separados, a mis amigos huérfanos o abandonados y a sus madres que, desde muy niños, supimos admirar, respetar y valorar. (M y otras muchas como M: este tío es un imbécil que no se merece ni siquiera vuestra atención.)
Vaya Vd. al carajo, curilla chupacirios.