La verdad es que da miedo saber lo que ponen los textos, que con los sables rodenado el libro, es suficiente.
Vamos,que lo de siempre: una religión de paz.
Todo lo que está pasando en el norte de África puede verse con varias perspectivas, pero en la mía siempre permanece el mismo horizonte artificial. Como si de un piloto que mira el cuadro de mandos se tratara, en mi cabeza siempre aparece la presencia, cercana o lejana, de la peor interpretación del Corán. Egipto, el vecino de Israel, vive días de cambio y evolución, pero en su seno lleva la semilla de Al Qeda; la llamada de la sharía y el vértigo de aquellos que buscan la consagración del Corán como única ley.
El islamismo radical, Al Queda o como queramos llamarlo, amenaza nuestra forma de entender la vida, la convivencia, la democracia y las relaciones entre países. Los hermanos musulmanes quedaron entre dos aguas en el 2005 y en países cercanos hubo que dar marcha atrás con los resultaos de unas elecciones que bendijeron el acceso de estos “talibanes” al poder.
Egipto tiene armas, vendidas por los americanos, tiene mucha población y, fundamentalmente, está demasiado cerca de Israel como para que no contemplemos aquel rincón de la tierra como una zona de próxima catástrofe. Por si eso fuera poco, en Irán hay un enloquecido personaje que busca alianzas en el mundo árabe para organizar la trifulca cuanto antes, de manera que tenemos todos los ingredientes juntos y preparados para liarla gorda.
Eso en un lado, que en el otro ya sabemos lo que les cuesta a los Israelíes adelantarse y pegar primero, que no hay un sólo partido que diga que hay que estar calmados y esperar acontecimientos, pero eso no arreglará nada: será peor y la condena de la agresión viene en la misma acción, que obligaría a Israel a dominar TODO el territorio egipcio y eso es imposible.
La ola está tomando proporciones enormes y es posible que solo la rapidez a la hora de cambiarlo todo pudiera conducir al asentamiento de democracias de corte occidental, pero me temo que la vamos a liar. Sinceramente, no creo que los países del norte de África puedan madurar tan rápido como obliga la velocidad de los cambios y las revoluciones. Los que ya están listos, los de siempre, ganarán, pues no en balde han estado siglos predicando la vigencia de una única ley que los gobierne a todos. La sangre volverá a manar de los libros sagrados de unos y otros como siempre, como desde el principio de los tiempos, como desde que unos se creyeron consagrados a una alianza y los otros se sintieron excluidos.
En occidente, con una visión calmada y acomodada a la riqueza, volveremos a oír las voces de la comprensión, la calma y el perdón desde los diferentes púlpitos, pero no nos engañemos: el islam está, hoy, persiguiendo a los cristianos minoritarios en muchas partes del mundo y en los USA hay voces de predicadores solitarios y mesiánicos que claman por la destrucción del infiel. Todos los componentes de las guerras de religión están prestos y dispuestos para que, con el más mínimo pretexto, un cocinero novato, el aprendiz de brujo de turno, se ponga a cocinar el peor de los guisos con el peor resultado posible.
Me da pereza saberlo; me da una inmensa pereza lo inevitable de esta absurda lucha que, seguro, veremos dentro de poco y me da mucha más pereza adivinar que, como siempre, serán los débiles los que paguen, con su sangre, la intransigencia de los privilegiados que no derramarán su sangre. Me da pereza saber que los nuevos tiempos volverán a escribir historias viejas.
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