Imprescindible documental que nosotros, pobres borregos entregados al sistema, rechazaremos una vez visto.
http://www.rtve.es/noticias/20110104/productos-consumo-duran-cada-vez-menos/392498.shtml
Esta entrada, prometida y en estrecha relación con la anterior, necesita, o prefiere, del visionado previo del documental que, milagros de internet, el lector puede ver actuando sobre el vídeo que la encabeza.
De todas formas, y entendiendo la falta de tiempo de nuestra vida diaria, intentaré escribir sobre el tema sin tener en cuenta esa conveniencia. La idea central es simple y se reduce a poner de manifiesto algo que todos intuimos, sabemos por experiencia práctica o nos imaginamos y que, al quedar demostrado, nos deja pensando en que es imprescindible tomar medidas. El ejemplo sobre el que se demuestra la idea general se basa en la existencia de un cártel (Convenio entre varias empresas similares para evitar la mutua competencia y regular la producción, venta y precios en determinado campo industrial.) que, desde principios del Siglo XX, reguló la vida útil de las bombillas estableciendo una duración máxima de 1000 horas. Hay que tener en cuenta que la vida de un filamento puede ser mucho más larga, llegando al récord de un siglo establecido por una bombilla que alumbra un parque de bomberos desde hace más de cien años.
¿Que implica todo esto? Que la industria asume, como propios, los principios de un desarrollo sin tasa, de la necesidad de hacer crecer el consumo innecesario sin límite y de vivir felices en nuestra condición de “consumidores”; pero desconociendo que esa condición nos exige no pensar, trabajar y adquirir riqueza que, mediante la adquisición de objetos que no necesitamos, vuelva a manos de las corporaciones que nos suministrarán nuevos bienes que no precisamos.
Hombre, visto así, es duro pero ¿hay otra forma de verlo?Personalmente creo que no, y es más: asumo que, hasta que una parte importante de la sociedad no asuma el conocimiento de su papel real en el mundo, la cosa no cambiará. Y lo creo porque empiezo a comprobar (52 tacos dan para iniciar el paso de la intuición a la certeza sobre la verdad de determinados temas) que el conocimiento de la realidad no es suficiente para que el ser humano cambie su percepción y creencia sobre ella. Esto, que en la política está demostrado y es utilizado, se puede aplicar sin problema a una conversación y el resultado será el mismo.
Si alguien tiene dudas, que intente plantear cuestiones que exigen pensar y tomar posturas en una charla de cena de viernes y verá como el auditorio se escurre y acaba hablando de modelos de coches, las vacaciones con los niños o cualquier tema que no exija ni reflexión ni compromiso como todos en los que está presente Belén Esteban.
Nos llevan al matadero sabiendo que somos un rebaño fácil, sumiso y feliz al igual que aquellos esclavos felices que en la Roma clásica llegaban a venderse a sí mismos a cambio de un buen empleo, casa, comida, posición y la casi seguridad de ser manumitidos en un plazo razonable bajo la protección de un buen patrón. Somos carne de cañón en una guerra cuyos muertos se levantarán en las próximas décadas tomando la forma de páramos yermos; ríos contaminados cuyas aguas llevarán la muerte; bosques extintos en los que el sonido de la vida será sólo un recuerdo y ciudades imposibles asfixiadas en humos tóxicos que nosotros mismos habremos generado. Somos, o seremos muy probablemente, la última generación cuyos ojos descansarán con la contemplación de los glaciares de montaña que tantos secretos y tantas historias esconden; la última que conocerá la belleza de múltiples especies animales; la última que podrá flotar en muchos mares cuyo destino de cloaca ya está sellado; somos la última generación de un corto ciclo que nos ha llevado, en apenas 300 veloces años de historia, de la revolución industrial al cambio climático y que los futuros geólogos – si es que los hay –bautizarán, seguramente, como Antropoceno: el periodo en el que la huella del hombre se hace visible en el planeta.
Nuestra especie ha sido la única capaz de cambiar el planeta y la única que, teniendo medios, riqueza, tecnología y necesidad de cambiar sus pasos para preservar su hábitat, ha llevado la obsolescencia programada hasta sus últimas consecuencias: la obsolescencia de su propio creador, el ser humano.
Al fin y al cabo, tampoco es tan extraño, pues no somos más que una enfermedad en la piel de una tierra cuyo cómputo del tiempo es muy distinto al nuestro. La tierra conservará nuestra huella cuando nuestros sueños se hayan perdido entre basuras.
P.D.: Mercedes, ahora no te quejes, que tu te lo has buscado:-)
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