Será ésta la primera de una serie de entradas dedicadas a esa mitad oscura de la humanidad sumergida en la opresión y la injusticia desde hace siglos: la mujer. De una narración casual sobre el horror vivido por la conocida de un amigo partió ayer la reflexión silenciosa bajo el caso mientras volvía a casa bajo la lluvia nocturna y hoy, mientras esa reflexión madura y toma cuerpo, me doy cuenta de que el tema y la ignominia da para varias entradas y que no puede olvidarse tras dedicar tres párrafos pensado a la cuestión.
La mujer, en este mundo y desde hace siglos, se ha visto reducida a la condición de propiedad, objeto subordinado, fábrica y máquina, pero siempre ajena a la plenitud de una vida libre, responsable e igual a la vida desarrollada por el hombre. Esto ha sido así y se ha asentado de tal manera que la mujer ha llegado a asumir su papel de esclava subordinada, garante de la pureza de sangre representada por el valor que el hombre le ha dado al sexo, hasta el extremo de que cuando se ha producido la violación o la explotación por parte del hombre, ella se ha sentido culpable de...¿de qué puede ser culpable una víctima?
La humanidad avanza hacia el interior del siglo XXI a la pata coja, se deja atrás a una de sus mitades y nadie parece darse cuenta. Convivimos con estereotipos y costumbres esclavistas, sádicas, terribles, inhumanas y crueles hasta extremos enfermizos y los avances son pocos, lentos y por si eso fuera poco, en lucha contra esas definiciones de "respeto cultural" que deberían dar vergüenza. Alegar ese tipo de respeto a la tradición, las costumbres y la religión cuando se enjuician acciones como la ablación, los matrimonios de niñas o la cosificación de la mujer debería hacer que se nos cayera la cara de vergüenza y que nos echaran a todos a los perros, pero hoy, para terminar esta primera entrada, me gustaría dedicar mi solidaridad, cariño y apoyo a las víctimas de la violación en el seno de la propia familia.
El horror que han debido sentir las niñas violadas por sus propios padres es de tal magnitud, tan impensable para aquellos que no lo hemos vivido ni podemos entender, que debería considerarse un delito nunca prescrito y con la mayor de las penas imaginables, así que a todas aquellas que vieron su niñez oscurecida por esa pesadilla, mi cariño y un consejo: gritarlo, gritarlo muy fuerte, señalar a esos monstruos sin sentir piedad ninguna y luchar para que sobre ellos caiga todo el rechazo social que se merecen si es que la justicia de hoy no puede castigarles. Y jamás, repito jamás, dejéis que la sombra de la culpabilidad os roce el alma: sois víctimas inocentes de la depravación de aquellos que en lugar de hacer honor a sus deberes optaron por convertirse en auténticos verdugos de lo que debían proteger.
El género oscuro debe salir a la luz y hacerse oír para dejar de ser el gran olvidado de nuestra historia como especie.
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