Otros lo niegan y yo no: soy imbécil
Lo reconozco: yo soy un imbécil. Sin matices, sin excusas, sin paños calientes. Lo soy de forma completa según lo que de mí dice el diccionario: Alelado, escaso de razón. Exactamente eso soy yo, un alelado que mira la realidad sin comprender y cuya razón no da para sobrevivir en un medio que no entiende. Y lo malo es que he tardado años en darme cuenta de mi propia realidad de imbécil completo y de lo flaco de mi razón, de manera que me he llevado enormes disgustos que, de haber tomado conciencia de mi realidad años atrás, me hubiera podido ahorrar sin más problema. ¿Les parece que exagero? Nada más lejos de la realidad, por desgracia.
Más hubiera yo querido ser inteligente y capaz, pero la naturaleza me ha dado flacos dones en el campo del entendimiento y debo, por fin, asumirlo con humildad y buen ánimo, pues por más que quiera ya no me es dado cambiar mi naturaleza y los años perdidos tratando de hacer valer mis pobres luces sobre la razón de los otros. Nada de mis actos y mis desempeños ha dado o concluido en logros o triunfos más allá de poder comer caliente, lo cual me hace digno de varias categorías mentales cuyas definiciones no acaban de cuadrar del todo. Podía haber elegido el calificativo de lerdo, tonto, pasmado y otros muchos, pero me he conformado con ese imbécil al que debo acostumbrarme para hacerle justica y no desmerecer a mis iguales.
Esa imbecilidad, esa falta de razón, me ha perseguido desde niño, época en la que el mundo me parecía absurdo en la misma proporción que me lo parece ahora. Jamás entendí nada y cuando, años después, mis hermanos y familiares confrontan sus recuerdos a los míos me asombra comprobar la enorme distancia que media entre su recordada felicidad y mi tedio; su adaptación y mi absoluta falta de integración. Lo diferente de sus valoraciones y las mías me hacen ver que, efectivamente, sigo siendo imbécil, sin remisión. De no mediar la enorme inteligencia de Ignatius J. Reilly, el grandioso protagonista de la Conjura de los Necios, mi vida podría haberse parecido a la suya gracias a la común imposibilidad de entender la lógica de una sociedad absurda cuyos premios y castigos nunca guardan relación con mi propia valoración de los mismos.
Sigo buscando notas sueltas por la habitación....
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