Acebos en el alto.
Caminando por la antigua y olvidada carretera de la República, en el tramo que discurre entre la antigua calzada romana de las dehesas de Cercedilla y la Fuenfría, el paisaje deja ver lejanos horizontes de grandeza y esplendor que fueron visitados por nombres ilustres: el mirador de los Poetas llamado así en honor a Luis Rosales y Vicente Aleixandre; una estructura de piedras que forman un reloj de sol dedicado a Camilo José Cela y otros muchos rincones escondidos anónimos y humildes en los que los ojos pueden descansar soñando otros mundos posibles.
Uno de ellos, hoy perdido entre las nubes que corrían bajas por debajo de la cima del Collado Ventoso y el paso de la Fuenfría, es un rincón apacible de penumbra húmeda en el que es fácil imaginar sueños místicos de Druidas y santuarios consagrados a las ninfas del regato que discurre a los pies de inmensos acebos enraizados entre peñas vestidas de musgo y agua que corre.
No es grande, ni siquiera es un paraje bautizado, pero tiene magia; algo que nos conecta a los orígenes de oráculos en los que la tierra dejaba que el hombre sintiera su poder y la vida que albergaba en su interior. Son acebos altos, espesos, frondosos y sanos-, arbolitos al lado de los altos pinos de la sierra- pero son preciosos. Hoy se les veía flotando entre las nubes, perdida su silueta gracias al rápido correr de la niebla, con el valle al fondo apenas adivinado.
Hoy hemos paseado entre las antiguas peñas de granito que hacen equilibrios unas encima de las otras como si de acróbatas circenses se tratara, peñas quietas y tranquilas vestidas de verde y abrigadas por raíces antiguas de robles, pinos y acebos en busca del agua profunda que discurre más abajo y al lado y por encima.
Hoy nos hemos encontrado con una mañana de otoño tardío que nos recordaba que el invierno ha de llegar y que la naturaleza se regenera con verdes nuevos y con olores de siempre que nos parecen nuevos cuando la humedad de las lluvias que llegan nos los traen cabalgando sobre las nubes que vuelan bajo.
Hoy la ruta nos ha sorprendido con el frío, con un viento fuerte y con acebos enraizados en las nubes que demostraban sus ganas de llegar tan alto como llegaron las esperanzas de todos aquellos hombres que buscaron, en la umbría, un lugar en el que buscar respuestas que jamás llegaron.
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