Cae una fina llovizna sobre el primer día de la época oscura y todo parece conspirar para dejarme sumido en la sorpresa y el estupor; tullido como un cojo sin muleta a la que agarrarme para asegurar los pasos por un mundo que no entiendo, una realidad que se me escapa y que mi escueta lógica no puede estructurar. Occidente pierde el sentido, la orientación y el rumbo porque Grecia, con un Presidente que juega con fuego, amenaza la consistencia de la nada.
Después de tres años de medidas imprescindibles, necesarias, ineludibles y supuestamente eficaces que no han arreglan nada, un pequeño país como Grecia pone en jaque al euro, a Europa y al sistema económico y financiero porque su presidente, seguramente movido por intereses mucho más cortos y egoístas, decide preguntar a sus ciudadanos si están dispuestos a entregar sus vidas a esos entes fantasmales y sin cuerpo que han decidido salvarles para que puedan entregarles su vida a cambio.
Moderno Mefistófeles -aquél que no ama a la luz- el Consejo de la Unión pide a los griegos que les entreguen sus vidas y su futuro a cambio de un rescate que ni siquiera sabemos si servirá para algo. ¿Lo saben ellos, los que mandan? ¿De verdad saben que esos ajustes, recortes, sacrificios y años de penuria tras la locura de la estafa colectiva que han perpetrado entre todos ellos con la ayuda de los impunes corruptos, serán la cura que Grecia necesita? ¿Alguien puede afirmar que esa receta sea la que el enfermo necesita?
Mientras la suave llovizna de otoño empapa una tierra reseca y árida, me entrego a una especie de melancolía que me permita afrontar lo que cada vez más se asemeja a un ambiente de pre guerra, de desastre, de catarsis colectiva en busca de una salida furiosamente desesperada que se inicia hoy, primer día de la época oscura tras la noche de Samhain. ¿Será casualidad?
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