De vez en cuando, muy de vez en cuando, la humanidad se pone a trabajar y deja que de entre las multitudes de seres humanos surjan individuos capaces de imaginar, trabajar, convencer y crear realidades que los otros, que forman parte de la misma época, ambiente y sociedad no son capaces de intuir. Las tres últimas décadas, desde 1980 hasta ahora, el mundo ha cambiado, nuestra sociedad ha cambiado y mucha parte de ese cambio se ha sostenido y apoyado en una enorme infraestructura tecnológica que soporta la enorme capacidad de comunicación de nuestro mundo, pero eso ha sido solo la base, la creación de gigantes desconocidos que no hemos consagrado como líderes. Los verdaderos líderes de esta revolución han sido dos hombres cuyas visiones, muy diferenciadas, han cambiado nuestro mundo.
Me refiero, cómo no, a Esteve Jobs y a Bill Gates, diferentes, muchas veces enfrentados, con concepciones del mundo y de su papel en él diametralmente opuestas y ambos en conjunto, los líderes empresariales cuyo trabajo cambió nuestras vidas; lo admitamos o no. Gates imaginó un PC en cada casa y Jobs nos imaginó como consumidores de productos digitales a gran escala y creó las máquinas con las que consumir esa información digitalizada.
El primero solidario y generoso además de implacable en los negocios; el segundo visionario, inestable, neurótico y feroz en la defensa de su propia concepción del producto y del marketing que nos los hacía llegar. Ambos han generado filias, fobias, enemigos y seguidores furibundos incapaces de mirar o valorar lo que el otro ha hecho, pero yo creo que ambos comparten un lugar en la historia moderna como pioneros y aventajados, como los visionarios que entendieron que el mundo se tornaba digital y que ellos eran los que nos darían las herramientas con las que entender y participar de esa nueva irrealidad con la que construiríamos nuestras vidas.
De vez en cuando la humanidad produce grandes seres humanos cuya grandeza no depende solo de desarrollar y poseer los valores más convencionales, sino de hacer mucho más grandes los enormes defectos de sus personalidades excesivas para convertirlos en las grandes virtudes que alumbran el futuro. Cuando eso se produce, reconocemos en esos locos la capacidad de llevarnos más allá, de conducirnos a un terreno nuevo en el que seguir evolucionando hacia lo posible desconocido.
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