Amanecer

Junto con el de las nubes, otro espectáculo que regalan.

      

El verano es el tiempo perfecto para vivir el amanecer con toda su intensidad y con  todo su esplendor, bien sea como inicio o como final de una jornada,  que igual da para que podamos apreciar la maravilla del aire nuevo, de la renovación de la luz y de la sensación, puramente física, que nos aporta el nuevo día.

El amanecer tiene muchas caras y casi todas buenas si somos capaces de ponernos en modo “pleno disfrute” y nos dejamos llevar por luces, sombras, sensaciones, olores y toda la orquesta de sentidos que se pone en marcha según se despliega la luz.

Yo recuerdo algunos amaneceres gloriosos, esos que traían sol justo después de un frío cruel que amenazaba –siempre es igual en ese momento en el que la luz se inicia y empieza a romper la noche – con helar el mundo sin remedio o esos otros del verano que iluminan el mundo con una explosión de naranjas y sombras sobre un horizonte erizado de picos en pirineos; los amaneceres de trabajo sobre la moto y envuelto en  el abrigo protector del equipo invernal bajando por el puertecillo de Galapagar con Madrid al fondo envuelto en llamas de nubes incendiadas.

Amaneceres, amaneceres en el que el mundo es nuevo y el ánimo se sobrepone al infierno y al fracaso del día anterior para luchar de nuevo como si ese día, justo ese día, albergara la certeza de ser el mejor de nuestra vida renovando nuestra confianza. También recuerdo amaneceres en los que saludar al sol cara a cara mientras me metía en una agua mágica y calma de Menorca en una especie de consagración mística del puro placer de sentir  el mundo en la propia piel.

Recuerdo muchos de ellos y ese recuerdo siempre está asociado con sensaciones positivas, muy físicas todas ellas pero con una fuerte conexión al estado de ánimo. Este verano probar a enamoraros de esa luz y a enamorar con ella a la persona que se os haya acercado para compartir esa ceremonia de estreno. Luego me contáis que tal ha ido la cosa.