Visión gaditana, con mucho "arte", de lo que un bar significa
Sumidos en y anestesiados por la globalización, España está en peligro de perder un patrimonio único de incalculable valor: el bareto, el bar “de la esquina”, el bar de toda la vida. Reconozco mi personal animadversión por otros modelos que hoy van ganando terreno y que dejan a nuestros bares arrinconados y dependientes de los parroquianos de siempre en busca de todo aquello que nunca encontraremos en la franquicia americana.
El bareto es un templo que descubrió el concepto “24/7” hace décadas, mucho antes de que Internet nos esclavizara con su permanencia cuasi eterna. El bareto cuenta con una permanencia inexplicable capaz de darnos porras recién hechas a las 7 de la mañana y acabar, pasadas las 12 de la noche, con las últimas copas del día, sirviendo, a lo largo de la jornada, lo mejor de cada momento.
En el bareto se saben nuestros gustos y aficiones y, como en el caso de Málaga, son capaces de discernir entre imperceptibles matices de café hasta dar con el exacto gusto de cada uno. El bareto tiene bocadillos, tapas, tortillas, fuentes con todo tipo de ensaladillas, pinchos y demás tentaciones ligadas al más clásico colesterol: chorizos, morcillas, pancetas, torreznos y varios quesos “traídos del pueblo” para rellenar los mejores bocadillos imaginables.
Todo eso es un bareto y muchas más cosas: el periódico, la charla, las bromas del partido, el saberse tus gustos y aficiones y ver llegar tu café habitual sin tener que abrir la boca...España es y se ha construido en torno a los baretos y nuestro genes los reclaman como el aire para respirar. Sin ellos no somos, sencillamente; sin ellos andamos por las calles perdidos a la hora “del bocadillo” repudiando la presencia de Starbucks, Vips, McDonald´s y soñando con ese “bocata de panceta” que nos reconforta y nos prepara para afrontar el resto de la jornada en excelentes condiciones.
Como en la foto que ilustra la entrada, el bareto es un refugio que acoge nuestro espíritu con “arte” y calidez para que siga siendo verdad eso de que “fuera de los bares, la vida es muy hostil”. Que nunca salgan de nuestras ciudades, por favor.
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