Beatriz Escudero vive sus momentos de gloria mediática gracias a los cefalópodos y a su propia estupidez
El PP vive un síndrome extraño que hace que sus dirigentes se enreden con la realidad para acabar diciendo tonterías que, si no fiera porque van cargadas de maldad, desprecio, ignorancia y cinismo, serían para hacer chufla, mofa y cuchufletas con sus protagonistas.
La cosa está tan complicada que hasta Celia Villalobos, mujer por encima de cualquier otra condición que para eso se dice que la anatomía es destino, tuvo que optar, ayer, por abandonar el patio y salir corriendo para no votar a favor de esa caverna que parece dominar a su partido.
Desde las extrañas asociaciones del ministro del interior, opusino él hasta las cachas, jugando con ETA y el aborto al baile de los cefalópodos, que sólo estaban presentes en el debate a modo figurativo para dejar claro que la oradora estaba más perdida que un pulpo en un garaje, el PP pierde el rumbo por las prisas a la hora de pagar las deudas con la conferencia episcopal.
Y esta vez hay que reconocer que tienen razón, que lo dijeron, lo avisaron y les votaron, de manera que las mujeres que votaron al PP deben ser consecuentes con sus ideas y con su capacidad económica, que por algo la gente de bien ha ido toda la vida a abortar a Londres, como está mandado y lejos de la plebe.
Dicho esto, lo que la coherencia exige es que el PP argumente según su credo, católico, apostólico y romano, y no insulte nuestra inteligencia con argumentaciones espúreas que hace décadas que nadie esgrime. Si su religión les prohibe abortar y además les obliga a impedir que los demás aborten, que lo digan y usen su mayoría parlamentaria para hacer retroceder el reloj de la historia y los avances sociales, pero que lo hagan sin decir estupideces, por favor.
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