Siempre hay que mirar hacia arriba, allí donde los sueños viven
La montaña, por encima de determinada altura, se convierte en el compendio de extrañas motivaciones personales que pugnan por vencerse unas a otras. Hoy conocemos la muerte de un montañero que descansará en las alturas como es el deseo de todos los que aman las cumbres. ¿Por qué las aman? ¿Que les impulsa a vencerse a sí mismos tomando la montaña como testigo? Yo no lo se y me imagino que cada quien tendrá un buen manojo de razones que les validan el riesgo, el esfuerzo y hasta la muerte, que siendo lo más llamativo, no es lo más importante de todo el conjunto. La muerte nos llega a todos y en estos casos es una posibilidad y no una opción. Las opciones son la superación, el esfuerzo, el empeño, la satisfacción del triunfo y muchas más cosas que construyen los sueños.
El Himalaya es el reto, el paraíso del imposible, pero hay otros retos y otras muchas montañas en las que se acumulan los sueños vencidos encerrados en cuerpos muertos. Allí descansan las carcasas vacías de aquellos que siguen habitando la montaña para disfrutar con ella de aquello por lo que murieron. ¿Por qué murieron? Sólo ellos lo saben, pero los que allí yacen siguen vagando por las cordadas vacías y los neveros de altura; habitan las paredes de hielo azul a las que nunca llega la primavera y se dejan llevar por las furiosas ventiscas.
Ellos acogen a los muertos nuevos y les enseñan amaneceres imposibles desde las cumbres vacías llenas de invierno y muerte. La montaña, en el invierno, disfruta del silencio y del aullar del viento que cuenta historias de montañeros vivos para siempre dentro del espíritu que cuida por esas montañas viejas que se dejan cuidar por ellos.
Nunca un montañero muere del todo cuando muere en pos de sus sueños: sigue vivo generando sueños nuevos.
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