Ríos Mont, la cara visible de un horror que corroe el alma de Guatemala, ha sido condenado. Se ha celebrado un juicio, se ha realizado la ceremonia de la Justicia y el veredicto ha llegado, pero aún tienen que llegar muchas cosas a Guatemala.
He tenido la suerte de patearme ese país un poco, no mucho, pero lo que se percibe sin demasiado esfuerzo por analizar en profundidad, es una fractura social inmensa, irreductible, inmensa y antigua: la población básica, profundamente enraizada en la tipología Maya, se mantiene viva en espacios diferenciados de la escasa población blanca de clase alta.
El distrito Uno de Guatemala es un reducto que lanza mensajes, la moneda de curso legal genera un asco infinito que yo jamás había experimentado: hace que la habitación del hotel acabe oliendo a algo indefinido y repugnante.
Guatemala vive arrodillada ante una escasísima clase dirigente que hace las elecciones se celebren con escasas posibilidades de cambio: las fuerzas de izquierda no existen, han sido exterminadas, sencillamente. La población puede elegir entre dos iguales que se aseguran de que nada cambie, pero parece que esta condena puede hacer que un rayo de esperanza ilumine el futuro, aunque lo dude.
Lo que Guatemala necesita es una catarsis que no creo que llegue en mucho tiempo. Ríos Mont no entrará en la cárcel, pero sus 80 años de condena pasarán sin que Guatemala haga el camino que precisa hacer para convertirse en una nación que albergue a todos sus habitantes:los pobres seguirán siendo carne de cañón sin derechos y sin existencia reconocida. Los pobres de Guatemala y sus indios, seguirán habitando las nieblas de lo oscuro.
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