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jueves, 4 de marzo de 2010

Benito 16: “El verdadero teólogo es el que reconoce su limitación.”

2 de Diciembre


El momento se ha hecho esperar, ha tardado pero por fin estoy de acuerdo con Benito. El problema es que, si bien el titular nos une, el camino por el que llegamos a él nos separa de forma definitiva.
La verdad es que si algo tiene Benito es coherencia. Es carca hasta sus últimas consecuencias, no se baja del burro ni que le empujen. Vamos a ver la razón de tan trágica separación.
Benito parte de la piedra angular sobre la que se edifica la religión, cualquier religión: el hombre no es capaz de entender su entorno ni las leyes que lo gobiernan. Como no conoce, ni es capaz de conocer, debe buscar las explicaciones en un plano místico ajeno a la comprensión del ser humano.
Benito dice que no hay que luchar contra esa falta de conocimiento; que debemos aceptar el hecho de nuestra incapacidad para abarcar el todo con nuestro entendimiento y relajarnos en brazos de ese ser superior que lo controla todo.
Como el que ha cortado el mus debe llevar la mano, se la concedo: acepto que la inteligencia del hombre, en contra de todo lo conocido, no ha cambiado ni cambiará en los próximos siglos. (Espero que ningún Darwinista feroz me lea concediendo esa estupidez en la discusión, que es de las gordas, pero vamos.) Lo que nos aconseja el Papa es quedarnos en la orilla del mar redescubriendo eternamente el nacimiento de la filosofía griega.
Lo que no termina de aclarar el argumento de Benito es el punto en el que debemos parar: ¿seremos más o menos felices si sabemos o desconocemos que la tierra es redonda? ¿Qué degradación espiritual conlleva saber si el universo es finito o infinito? Su predecesor ya salió bastante mosca de una visita al CERN, donde tuvo que corregir a un físico que hablaba de crear partículas con un tajante “Sólo Dios es capaz de crear, Vds. harán otra cosa”. Vamos, que ya le estaban tocando las narices con tanta soberbia intelectual.
Esa era y sigue siendo la clave: la soberbia intelectual. Que fácil, que armonioso y sencillo es gobernar una grey armada con la fe del carbonero; que dulce transcurrir de los siglos de cuaresma en cuaresma, sin preguntas incómodas, sin altisonantes discusiones y sólo entregados a la contemplación de la grandeza de Dios, pero sin enredar demasiado, que peguntar sí es molestar.
Benito, se te ve demasiado el plumero. Las ovejas se te revolucionan, miran los confines del universo y tú te pones nervioso. Estas declaraciones, curiosamente, se producen justo cuando el CERN vuelve a tomar carrerilla y los hadrones llenan los circuitos con fragmentos y partículas que enseñan historias antiguas. ¿Serán esas historias tan antiguas como el big bang? ¿Tendrán los diagramas de dispersión forma de escritura y hablarán de creaciones sin fin, de universos paralelos surgidos de singularidades cósmicas y de colapsos gravitatorios tan enormes que crean y destruyen a la vez? ¿Pasará la pregunta de centrarse en la materia creada a buscar el origen de la energía?
Benito: lo tienes crudo. El hombre, por su propia naturaleza, aspira al conocimiento de su medio, a explicar el origen de los rayos y los truenos y lo consigue. Poco a poco, paso a paso y error tras error, pero avanza y se sonríe con cada nuevo descubrimiento. Cada nuevo conocimiento es un robo al tamaño de su Dios, cuya grandeza depende de acumular piezas de ignorancia, miedo y superstición. El conocimiento es enemigo de Dios y Benito lo sabe; lo sabe y tiene miedo por la velocidad a la que el ídolo va perdiendo peso y tamaño

Cuando las enciclopedias crecen, Dios se hace más pequeño y lo que es mas chungo: el negocio peligra. ¿Me equivoco, Benito?

1 comentario:

  1. Con Benito y sin Benito todos tenemos que aadmitir que el mundo evoluciona en sus conocimientos y ensu sentido religioso. Querer saber m,as no va en contra de nada. El deseo de saber más es natural en el ser humano y mucho más en la época que nos ha tocado vivir.

    4 de marzo 2010 a.m.

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