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domingo, 4 de abril de 2010

La anormalidad de lo normal.





En el País Semanal escribe Rosa Montero, con la que no estoy a menudo tan de acuerdo como hoy, que le espantan las caras estiradas como parches de tambor y que varios de sus amigos rechazan la estética de los pechos operados y turgentes rellenos de silicona de tercera generación.
Suscribo todas y cada una de sus palabras, pero es que, además, extiendo mi rechazo a toda una serie de anormalidades y artificialidades que se han instalado en nuestra cotidianidad sin que nos hayamos dado cuenta. Hoy en día se aceptan como normales cosas, hechos, situaciones y comportamientos que deberían generar verdadero escándalo.
Nadie levanta la voz contra los padres que pagan a sus hijas de 15 años una operación para “ponerse tetas”; nadie clama contra la permanente mala educación de conductores y conductoras que campan a sus anchas haciendo del tonelaje, potencia y precio de sus coches, patente de corso para todo. Yo he oído “ y si tengo que pagar la multa, la pago, que para eso me sobra pasta”. Es igual que se haya puesto en peligro a alguien, que casi se haya producido un accidente o que haya niños que tienen que aprender cerca. Es la ley de la mala educación y del más fuerte.
Nos parece normal que niños de 6 años tengan televisión en su cuarto y vivan al margen de las familias; que los modelos que con los que llenan las páginas de moda estén a punto de ingresar en la unidad de reanimación de cualquier centro hospitalario; que la armónica belleza de un rostro y una piel que hablan de la vida se sustituya por una monstruosa máscara inexpresiva estirada más allá de las leyes de la física.
La normalidad cada vez es más anormal y la anormalidad se instala colonizando nuestras vidas sin que nos demos cuenta. Hace años que digo que uno de los mejores y más escasos elogios que, hoy en día, se le pueden hacer a alguien, es referirnos a él como “una persona normal”.
Es@ ti@ normal, que se queda escaso de pelo con naturalidad o que ve cómo sus pechos asumen las leyes de la física gravitatoria; que les cuenta sus hijos lo que entiende como las reglas de una convivencia lógica en su casa; que pretende no molestar a nadie en su vida cotidiana; que no impone sus neuras y su presencia a nadie por la fuerza; esa persona que pasa por el mundo cumpliendo con los preceptos de la buena educación, empieza a ser merecedora de monumentos y reconocimiento popular.
Es posible que esta crisis nos ofrezca la posibilidad de que las cosas recuperen su justa medida y alguien, como yo mismo el otro día, pueda darse cuenta de que no es normal que al ir a comprar una simple pastilla de mantequilla a un supermercado, pudiera elegir entre seis clases de opciones distintas –light, fácil de untar, ligera etc – pero me resultara imposible comprar mantequilla de la de toda la vida, con su colesterol, su capacidad de generar cardiopatías varias y su maravilloso sabor de siempre. ¿Es eso normal o es que estamos de los nervios?

2 comentarios:

  1. Lo suscribo todo y además hoy en Los Angeles están buscando chicas para una película y especifican claramente que no quieren siliconas, botox ni nada, chicas normales y que puedan levantar las cejas.
    Por cierto, el artículo es de Rosa Montero

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  2. Reconozco con orgullo que soy normal. Tengo arrugas desde que era muy joven, un poco de joroba, las manos artrósicas, el cabello blanco y bastante escason y no por eso dejo de ser feliz.
    Me apena el sufrimiento de tantas y tantas chicas jóvenes que ya están en desacuerdo con su físico y lo cambian a costa de lo que sea.
    Espero que las reflexiones que acabo de leer hagan pensar a unas cuantas que vale más ser normal y, además, parecerlo.
    16 de Abril de 2010 a.m.

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