Otoño en el monte de Abantos.
4 de Noviembre de 2012
Han llegado las aguas y los montes se esconden en las nubes recordando la bendición de la humedad. Los caminos, hace días secos y callados, vuelven a animarse con la charla de los regatos y los pies se alegran, de nuevo, por la comodidad de un terreno que no agrede. Es el otoño que señorea como corresponde y la salida del domingo tiene que hacer los deberes del esfuerzo y acordarse de que estos días se pueden disfrutar de muchas maneras, que no sólo el calor de la lumbre es agradable.
Hoy me he dejado empapar por el agua que por fin caía con ganas sobre los montes de Abantos y el paseo se ha convertido en una especie de reencuentro con esa humedad primigenia que tanto se echaba de menos. Pantanos y embalses andan secos esperando llenarse de nuevo con la bendición del agua, esa riqueza que según todos los indicios, echaremos de menos en exceso a no tardar mucho.
Hay algo de misterio primigenio en la lluvia que nos hace sentirnos bien y es posible que la languidez que nos invade viendo llover no sea otra cosa que el recuerdo de un lejano vientre acuoso en el que se originó la vida. No lo sé, pero si se que dejarse ir tranquilos por los caminos desiertos sin otro deleite que oír caer la lluvia y buscar los terrenos encharcados como críos con botas de agua recién estrenadas sigue siendo una gozada.
Es otoño y los helechos asustan imitando incendios en las laderas del pinar mientras chopos, álamos y fresnos se coordinan para añadir colores al verde nuevo de los pinos lavados por estos días de aguas. Es otoño y los ojos descansan del sol de verano y desde arriba,buscan las nubes que se dejan dormir sobre los bosques que las acogen.
Es otoño.
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