Esos misiles y los que vendrán, nos amenazan a todos.
Han pasado desapercibidos entre las lluvias, las cargas policiales desmedidas y la violencia de algunos macarras de uniforme que disfrutan peleando con antisistemas. Me extraña el silencio de los medios, pero estoy en condiciones de afirmar que, desde hace tres días, los misiles caen y hacen explosión en el centro mismo de nuestras vidas.
Algunos creen que estos misiles tienen sólo dos orígenes y dos destinos, sólo dos blancos en los que sus explosiones se hacen visibles y en los que dejan muertos, pero es mentira: vuelan sobre todas nuestras cabezas y explotarán cualquier día de éstos mientras no los esperamos.
¿De verdad alguien piensa que los misiles que salen de Gaza y de Israel no son disparados por y contra nosotros? Esa tierra maldita amenaza, una vez más, con desencadenar un armagedón religioso que nos arrastrará sin remedio a un absurdo enfrentamiento colectivo.
Detrás del vuelo de esos misiles, en las colas de los vapores que quedan suspendidas en el aire, cabalgamos todos enfrentados por los absurdos mitos de tres religiones enfrentadas desde el origen de sus falsedades. Oriente Medio ha bebido millones de litros de sangre y parece que sigue sedienta, que no se ha saciado ni de sangre, ni de miedo, ni de horror, ni de muertes.
La guerra que se está alumbrando interesa, muchos la quieren, la necesitan: es la salida para muchas crisis y la respuesta a muchas preguntas sobre la primavera árabe, esa que nos aseguraban moderada y laica; sobre el papel de los estados unidos en la zona, sobre los hermanos musulmanes, sobre el destino místico de Israel y sobre la cara de idiotas que tenemos todos los que vemos crecer la negra sombra del odio sin poder hacer nada.
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