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viernes, 16 de noviembre de 2012

Tiempo




Einstein, cuando estructuró su teoría, lo hizo después de estar en una consulta médica experimentando la ralentización del tiempo. Esperando el tiempo se alarga, se estira, se deforma, hace bucles que nos devuelven al pasado, el reloj no avanza e incluso nos hacemos más jóvenes.
El tiempo no es constante y la vida tampoco en ese espacio singular del hospital, sumidero de miserias humanas en el que todos nos acordamos de que, por encima de cualquier otra consideración o categoría, somos lo que nuestros cuerpos son y nos hacen ser: vivos, enfermos, tullidos, agonizantes, reparados, muertos...
Todo pasa en ese tiempo recluido y condensado en los mismos muros que encierran a la vida y a la muerte, al inicio y al final; los muros abarcan la vida toda y la muerte toda en un tiempo detenido en la eternidad de la nada que habita el mundo intermedio.
Es una realidad marginal y paralela que se organiza en torno a lo que nadie quiere que forme parte de su vida: dolor, incapacidad, sufrimiento y muerte, el final que hemos retirado de nuestra vida.

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