El sexo está en la calle como algo normal
Como le ha sucedido a muchas otras cosas, el sexo ya no es
lo que era. Desde el escándalo de El Mono Desnudo de Desmond Morris hasta las
observaciones de los Bonobos, al sexo se le ha ido decapando, desnudando y
desmitificando hasta colocarlo en el pedestal que la normalidad le tenía
preparado. Hoy en día, todo lo que vive
y permanece en torno al sexo que no podamos catalogar como puro disfrute y
fortalecimiento de relaciones afectivas, puede considerarse herencia de otros
tiempos en los que la religión, la moral y la costumbre le añadían todo tipo de aditamentos.
El sexo se relacionaba con el poder, con la descendencia –algo
bastante lógico- y con cualquier otra cosa que imaginarse pueda. Todavía hoy
vemos que el sexo y el poder interactúan para llevarse por delante a los
Petraeus de turno, inmersos en una sociedad pacata y moralista que considera
que una mamada en el despacho no es sexo completo. Todavía hay reminiscencias y
todavía son muchas las barreras mentales que levantamos para evitar la
concepción del sexo como algo absolutamente natural, limpio y bastante
divertido, por cierto.
Desligado de la faceta reproductiva y conseguida la libre
elección del embarazo, el sexo debería habitar el tranquilo espacio que cada uno
quiera otorgarle en su vida; individual y de pareja. Llegará el día, espero, en
el que su práctica no tenga más trascendencia de la que tiene tomarse una cerveza
si es que a uno le apetece. Mientras
tanto, cada cual soñará pecados en la soledad de sus deseos sin atreverse a
hacerlos realidad, no vaya ser que la liemos.
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