El cabrito parece saberlo...
Cuenta la prensa y con prevención hay que tomarlo, que el
hombre comparte cierta tendencia depresiva con los grandes simios, los llamados
Póngidos, en la madurez de la vida. La curva de la felicidad, otra distinta a
la barriga cervecera de los casado, tiene forma de U, de manera que la
inconsciencia de la juventud nos hace ver todo de color de rosa y somos
felices, la realidad nos alcanza en la madurez como un puñetazo en el hígado y la vejez nos engaña con una conformidad
temerosa que se satisface de mínimos.
Conclusiones se pueden sacar muchas, pero el resumen no deja
de ser lapidario: la peor etapa de nuestra vida, aquella en la que acumulamos
infelicidad y frustración, nos llega a la vez que el desengaño y la constatación
de que los sueños se fueron y hay que gestionar sus cenizas; los recuerdos de
aquello que quisimos ser enfrentados a
lo que realmente somos. Una comparación especialmente odiosa que nos asalta día
a día y que nos condena a aceptar el asqueroso hecho de convivir con el mismo
ser repugnante que nos mira desde el espejo y nos recuerda todos los actos
innobles de nuestra vida.
Y aún hay algo peor: comprobar que nuestro paso por el mundo
es, y será, absolutamente
intrascendente, que nuestra vida no ha cambiado nada, que no ha servido, ni
servirá, absolutamente para nada y que no hay excusa para tanta normalidad.
Sólo unos pocos, los elegidos y los capaces, los menso, podrán despedirse con
un saludo orgulloso al grito de “ahí queda eso”.
Los demás, la inmensa mayoría, volveremos al polvo dejando
un leve rastro de efímeros recuerdos envolviendo la vacuidad de nuestras vidas.
Hay que joderse con los putos monos.
Depriemnte pero real como la vida misma
ResponderEliminarPutos monos y putos espejos. Para la gente que piensa, lo más jodido es enfrentarse a su propia crítica. Puta conciencia también que no te deja tranquilo y que no se contenta con diez avemarías.
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